Se acerca el invierno y el señor de la torre ya ha ordenado el aprovisionamiento de víveres suficientes para sobrevivir una dura estación. Sus siervos ya han empezado a reunir ganado, elaborar harinas, salazones y ahumados. Para beber, se han encargado cantidades ingentes de cerveza.
Sobre una carreta bien escoltada, se aproxima a las faldas de la torre un enorme tonel. Solo ya la calidad de sus duelas y aros forjados denotan el valor del producto que alberga. Es de vital importancia su buena conservación y producción. Solo un buen gruit y proceso de fermentación dotará a la cerveza de propiedades más salubres incluso que el agua, muchas veces de dudosa potabilidad. Nadie conoce mejor toda esta labor que los monjes, de hecho, mantienen en secreto toda forma de preparación.
